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La transición energética corporativa contra los bienes comunes

Publicado: 2023-11-29

En la medida en que crece la evidencia científica y crecen los eventos climáticos extremos y sus impactos negativos, crece la conciencia sobre la necesidad de dejar de consumir energías fósiles como el carbón, el petróleo y el gas, impulsando una transición hacia la generación y uso de energías renovables no convencionales. Crece también el consenso sobre la necesidad de que esta transición sea justa, compensando a las personas y a los países que sean impactados negativamente por abandonar la explotación esos recursos.

Sin embargo, como ha señalado la filósofa Nancy Fraser (2023), este consenso sobre la gravedad y urgencia de la situación y sobre la necesidad de cambiar la actual matriz energética por una más limpia, esconde un grave disenso, que tiene que ver con las razones del calentamiento global y la crisis ambiental global que nos agobia, y las soluciones que esos diagnósticos inspiran.

Para quienes niegan que la crisis ambiental global es resultado de la lógica de acumulación capitalista, cuya insaciable voracidad demanda un consumo de energía y de recursos em niveles cada vez más insostenibles, la transición es un nuevo campo de acumulación capitalista en el que las grandes corporaciones transforman en energía el aire, el calor solar, el calor de la tierra y/o la fuerza de las mareas, y la venden a quien pueda pagarla.

Este diagnóstico -y la estrategia de transición energética corporativa que de él se desprende- es objetable desde muchos puntos de vista. Un cuestionamiento es que la transición avanza solo en la medida en que las corporaciones ven en ella un buen negocio, pero no al ritmo que se necesita para evitar la catástrofe que vendrá cuando la temperatura del planeta sea 1.5 Co (Acuerdo de Paris) o 2Co (recomendación del IPCC) mayor que la temperatura de antes de la Revolución Industrial, a mediados del Siglo XIX.

Otro es que los estimados de demanda por minerales críticos que deben extraerse para cubrir las necesidades de la generación, almacenamiento, distribución y consumo de las nuevas energías, se basan en la proyección de los patrones de consumo de los sectores medios y altos de los países desarrollados, que son claramente insostenibles. E imponen graves daños ambientales y sociales a los territorios ricos en estos recursos.

También se puede anotar que las grandes inversiones en energías renovables no convencionales, que se negocian entre gobiernos y corporaciones y se imponen sobre territorios y poblaciones de manera inconsulta, terminan generando conflictos similares a los que han venido enfrentando a poblaciones locales y proyectos mineros o de hidrocarburos.

Y también se le cuestiona que, al mercantilizar las nuevas energías en manos de corporaciones privadas, la transición en marcha ignora y hasta puede profundizar los problemas de pobreza e inequidad energética que se viven en la actualidad.

Pienso que hay otra crítica fundamental, en la que se ha puesto menos énfasis, pero que es necesario resaltar: la transición corporativa mercantiliza algunos de los últimos bienes comunes que no han sido apropiados por inversionistas para sustentar negocios privados. Estamos hablando del calor del sol, del empuje del viento, del calor del magma, de la fuerza de las mareas.

Estos son, hasta la fecha, bienes comunes por los que nadie necesita pagar. Sin embargo, en el marco de la transición energética en marcha, las corporaciones crecientemente los privatizan, apropiándose de ellos para convertirlos en energía/mercancía que luego venden a quien pueda pagarla.

La alternativa, que se enmarca en la crítica al capitalismo como sistema de relaciones entre las personas y con la naturaleza, debería ser una transición que -para merecer ese nombre -debe considerar la energía como un “bien común, renovable, descentralizada y sustentable en sentido pleno.” (Svampa y Bertinat, 2021)

En esta perspectiva, más que de una transición de la matriz hay que hablar de una transformación del sistema energético que cuestione las relaciones de poder entre gobiernos, corporaciones, consumidore, pobladores de los territorios y ciudadanía en general y entre todos estos y la naturaleza.

En esta transformación el papel protagónico lo deben tener la sociedad organizada y el estado, asociándose para una generación de energía lo más descentralizada posible, en la que las propias poblaciones organizadas generan y consuman la energía que necesitan y abastezcan las redes nacionales, y en la que el estado apoye los esfuerzos comunitarios y se encargue de generar y ofertar energía como un servicio público donde y cuando los esfuerzos locales resulten insuficientes.

Esta alianza entre la sociedad organizada y el estado debe democratizar el sistema energético, superando las actuales asimetrías de poder entre gobiernos corporaciones, pobladores y consumidores, debe superar tanto la pobreza como la inequidad energética, y debe proteger afirmar las fuentes de las energías renovables no convencionales como comunes.

Bibliografía

Nancy Fraser, Capitalismo Caníbal, Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta, y hasta pone en peligro su propia existencia, Buenos Aires: Siglo XXI, 2023

Maristella Svampa y Pablo Bertinat, coordinadores, La transición energética en la Argentina. Una hoja de ruta para entender los proyectos en pugna y las falsas soluciones, Buenos Aires: Siglo XXI, 2021


Escrito por

Carlos Monge

Antropólogo e Historiador. Fanático del Alianza Lima y socialista empedernido. Enamorado de Leda, Lucía, Camilo, Frida y León.


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