Las noticias están llenas de información sobre los desplazados por las guerras (civiles y entre países) y los desastres naturales. Son miles, decenas de miles, y hasta centenas de miles quienes se ven obligadas a huir de sus casas, barrios, pueblos, por la violencia de las guerras o por la destrucción causada por un terremoto o una inundación. Abundan las imágenes de campamentos en donde se hacinan los refugiados a la espera de alguna ayuda humanitaria.

Pero resulta que hoy es el cambio climático –y no las guerras y los desastres “naturales” que en realidad no son tan naturales- el principal causante de migraciones a escala mundial. Teófilo Altamirano, antropólogo peruano experto en migraciones, nos dice hay 50 millones de migrantes climáticos, superando a los 40 millones que huyen de guerras y desastres. Y que hay otros 135 millones que están “amenazados por la desertificación y escasez crónica de agua”, y que también pueden terminar siendo “refugiados ambientales”, como los llama.

De hecho, la Oficina Internacional de Migraciones (OIM) viene alertando sobre la importancia de este tema desde hace varios años, afirmando que más allá de la actual imprecisión respecto de los datos y de discrepancias sobre cómo incluso llamar a estos migrantes, el hecho es que el cambio climático apunta a ser la causa más importante de desplazamientos poblacionales en las décadas por venir.

En el Perú, la cosa es seria y plantea retos de proporciones en el terreno de la adaptación. El calentamiento y la acidificación del mar ponen en crisis a la pesca. Los capitales se van en busca de mejores rentabilidades. Pero ¿qué hacen los casi 40 mil pescadores que no pueden cambiar de giro tan rápidamente? En la sierra se pierden fuentes de agua por el retroceso de los glaciares y se alteran los ciclos de lluvias y secas. ¿Qué hacen las decenas de miles de campesinos que no pueden adaptarse a las nuevas circunstancias?

Si no hace algo muy serio al respecto, estas poblaciones terminaran de refugiados climáticos en alguna ciudad, con suerte beneficiarios de algún programa social para pobres.

La COP 20 –que arranca dentro de poco en Lima- podría haber sido una oportunidad para dar al ejemplo al mundo con una estrategia ante el cambio climático que realmente mitigue nuestras contribuciones y que, sobre todo, ayude a los más pobres a adaptarse a las nuevas situaciones. Lamentablemente, no parece que tengamos mucho que mostrar.